Contra su pecho desnudo
(la tarde caía lejana
sobre las montañas)
atrajo mi pecho
y todo fue ya inevitable.
Inevitable fue que sus manos
(mientras en las calles se trazaba
el final de otra jornada)
abriera entre mis pierna
esos senderos por donde el olvido
encontrará otros cuerpos
ocultos entre las mismas basuras
que dejan los domingos del verano.
El viento, inevitablemente,
no agitó las copas de las acacias
pero entre sus ramas y nuestros brazos
pude creer por un instante
que parábamos el tiempo
y le permitíamos huir a los aviones
de ese sol agonizante
en la sonrisa de las estuatuas
Precioso
ResponderEliminarGracias viva por leer mi poema y por hacerme saber que te ha gustado. Cuando abrí hace mucho tiempo este blog que casi ni uso, nunca pesé que alguien pudiera verlo y mucho menos que a alguna persona desconocida le gustase algo que yo hubiera escrito. Nuevamente gracias por el aire que me das
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