Abandonados, manos y pies atados a la hierva,
prisioneros de pecados ajenos,
cumplimos condena; mientras la lluvia de otros años
ahogaban las plantas secas
de nuestros pasos adolescentes.
Ofelia nos llamaba a su ribera,
no hubo ya río, curso ni vena
que contuviera la ferocidad
de estas águilas que nos devoran.
Fue ella, con sus manos de muerta, quien firmó,
en el agua de estas rieras, nuestras sentencias.
Así, de pies y manos abrazados en la hoguera,
cumplimos promesas de otras vidas,
penitencias casi olvidadas.
Fuimos entonces sin brazos ni piernas, en el Paraiso, la culebra;
somos ahora los gusanos de sus manzanas muertas
y mañana seremos, serenata de mármol en balcones desiertos,
fotografías anónimas demandando memoria.
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